lunes, 13 de diciembre de 2010

La bellota durmiente I

Érase una vez un pueblo muy muy pequeño que estaba en medio del campo. Separado del mundanal ruido por caminos intransitables de piedras mudas, no había un día que en él no sonaran las melodías genuinas del coro de pájaros cantores de la comarca.
A la salida del pueblo surgía un camino a la derecha que iba a parar a una fuente donde bebían los animales y al lado de esta había una enorme encina centenaria que todos los años se cargaba de bellotas que luego se comerían los cochinos que luego nos comeríamos nosotros. Como era muy grande y sus ramas caían cargadas por el peso de los miles de frutos que engendraba, en las noches frías del invierno pueblerino era fácil encontrar algún coche con cristales empañados al cobijo verde de su abrigo protector. Qué pueblo situado en medio del campo no tiene una fuente donde beban los animales? todos. Pero cuántos tienen junto a esta una encina centenaria que cree el clima perfecto y adecuado para que a su refugio vayan a encontrarse los cuerpos...? pues seguramente muchos.
Se trata de puntos mágicos de la geografía, vertederos insondables de millones de semisemillas humanas que van a parar a su suelo convirtiéndolo en tierra fértil con una misteriosa atracción por los cuerpos con ansia de pasión... Son las fuentes del deseo... las fuentes del deseo donde mi madre no quiere que vaya.

Continuará a lo mejor sí, a lo mejor no.

2 que dejaron huella:

mariajesusparadela dijo...

Pues yo también quiero ir al semillero (pero primero he de buscar al sembrador)
(tu madre no quiere porque ella fue primero)

Almendra Puck dijo...

Yo me imagino que por Galicia tiene que haber muy buenos sembradores, jejejejeeee. Estudiar me perturba.

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