sábado, 29 de noviembre de 2008

La verdadera historia de la Señorita Tulp. III

Capítulo III. El cuaderno de la Señorita Tulp.

Yo empecé a ser yo cuando aprendí a observar lo invisible. Qué ávido lector que se precie no se ha topado alguna vez con las palabras sutiles de Antoine de Saint-Exupéry que, en boca de un zorro ya domesticado, rezaban así “Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”. Cuando yo las descubrí, su mensaje hizo una profunda mella en mi corazón humano y caló más y más hondo a medida que las iba digiriendo en mi cabeza. Como si se hubieran transformado en nutritiva glucosa para mis células, cada una de sus letras pasó a mi sangre y viajó por todo mi cuerpo, dejando una impronta principitesca por todos y cada uno de mis órganos y demás estructuras de mi anatomía.
Las consecuencias fueron totalmente inesperadas. No fue algo súbito, si no que ocurrió poco a poco, sin que nos diéramos cuenta. Digo “nos diéramos” porque desde aquel momento, nuestra personalidad empezó a sufrir un desdoblamiento, una división. Y la que antes sólo era Clarividencias, ahora, sin saberlo, también me llevaba dentro a mí. Ella no puede ser consciente pues, cuando mi temperamento aflora con todo su esplendor, el de Clarividencias se camufla, desparece… y pierde la conciencia de sí misma. Porque ya no es ella, si no que es yo... quiero decir... que soy yo. Ha pasado poco más de un mes desde que empezó el fenómeno de la transformación y de Clarividencias ya no queda apenas nada.
Obviamente no fui yo la que empezó con todo esto de “observar lo invisible”, puesto que aun ni siquiera existía. Fue Clarividencias quien, muy inteligentemente, se dio cuenta de las barreras casi impenetrables que, desde que nacemos, van poniendo delante de nuestros ojos para que no veamos las cosas como son, para engañarnos, para ofrecernos una realidad alterada, un “Show de Truman”, un “Matrix”, en definitiva, una mentira como una catedral de grande. Por eso, como bien dedujo Saint-Exupéry quizás ya mucho antes de escribir “El Principito”, la única forma posible de ver la realidad tal y como es, es con el corazón.
Al principio yo me preguntaba el por qué de esta transformación. ¿Por qué Clarividencias no puede seguir siendo Clarividencias y santas pascuas? ¿Por qué de pronto entro yo en escena sin comerlo ni beberlo? Y poco a poco fui hallando dentro mí la respuesta a mi propia pregunta. Clarividencias no podía seguir siendo ella porque le faltaba capacidad de actuación. Le faltaba ese pequeño empujoncito que a todos a veces nos hace falta, el paso que hay que dar para tomar la iniciativa. Y por eso, sí, por eso surgí yo, la Señorita Tulp.

Cuando acabé de leer miré a la muchacha que tenía delante y ya no sabía ni quién era. ¿Era mi amiga de siempre o era mi nueva amistad? Tampoco veía si sus ojos estaban tristes o alegres. Su cara era una mezcla de derrota y satisfacción, de salud y enfermedad. Finalmente, cogió el cuaderno de mis manos, me dio un beso en la mejilla y se marchó diciendo tan sólo "Quería que lo supieras".
Nunca más la volví a ver.

Continuará???
jueves, 27 de noviembre de 2008

La verdadera historia... II

Capítulo II. La confesión.

Nos sentamos al calor del braserito y, reconfortándonos con una deliciosa infusión de hierbas aromáticas de los campos frexnenses, Clarividencias empezó a contarme aquel secreto que la estaba consumiendo por dentro.

Creerás que estoy loca, pero es urgente que le cuente a alguien lo que me está pasando... lo que me va a pasar. No me hagas preguntas, no te las hagas a ti misma. Simplemente creéme.
Hace meses que me están ocurriendo cosas muy extrañas. No consigo dormir y, cuando lo hago, me despierto sin recordar nada de lo que he hecho antes de irme a la cama. Las lagunas de mi memoria cada vez son más grandes y, es más, nadie sabe decirme qué he hecho o dónde he estado justo en ese espacio de tiempo que no logro recordar. Me pesa el cuerpo, me siento cansada y, poco a poco, he ido sintiendo como si una extraña fuerza, un impulso espiritual, otra persona con un alma más firme y poderosa que la mía, se apoderase de mí. Cada vez que me despertaba después de uno de mis largos periodos de amnesia lacunar, notaba su presencia con más intensidad y cómo ésta se iba adueñando de mi vida sin que yo pudiera hacer nada. Miraba a mi alrededor y veía mis cosas cambiadas de sitio, mi armario lleno de ropa que desconocía, mis libros desordenados y mis fotos iban desapareciendo como si se las tragara la tierra.
Al principio, sospeché que se tratara de alguien que entraba en mi casa, me sedaba con algún tipo de hipnótico y jugaba a ser yo hasta que a mí se me pasaban los efectos del potente somnífero. Me había decidido a poner una cámara en mi cuarto las 24 horas del día, pero, por desgracia, me caí de la escalera de mano intentando fijar un cable al techo de la habitación (siento haberte contado que me caí en la ducha...). Como sabes, me lesioné la muñeca derecha y estuve casi dos semanas medianamente imposibilitada, pues soy diestra. Fue durante ese periodo en que no podía utilizar mi mano derecha y yo creía que tampoco me valía de nada la izquierda cuando al fin me di cuenta de lo que estaba pasando.
Me ocurría con frecuencia que, tras despertar sin saber qué había pasado ni dónde había estado horas o incluso días atrás, encontraba papeles escritos con notas, apuntes, relatos, ideas perfecctamente razonadas y redactadas... y con mi propia letra. Pero un tanto peculiar. Yo notaba una inclinación distinta, como si las palabras se postraran queriendo besar la línea horizontal del renglón.

Era la letra de mi mano izquierda, idéntica, calcada a la letra que ahora hacía al no poder utilizar la derecha. Pero yo era diestra, ni zurda ni ambidiestra, no, diestra. Nunca había podido escribir con la otra mano. ¿Por qué ahora sí?


Continuarááá...!!!
martes, 25 de noviembre de 2008

La verdadera historia de la Señorita Tulp. I

Capítulo I.

Yo no contaría esta historia si no estuviera autorizada para hacerlo. Y créanme que lo estoy, es más, casi me veo en la obligación. La razón es muy sencilla y es que la protagonista de la misma es una amiga de confianza. Amiga que un día me desveló un gran secreto... y es que no era una, sino dos. Sí, sí, habéis entendido bien, he querido decir que realmente no es que fuera sólo una persona, sino que eran dos, es decir, que esta historia, como cualquiera, no tiene sólo una protagonista... sino DOS! Bueno, dos... en UNA! Un poco lioso, lo sé, mas no os alarméis, todo se irá aclarando.

La Señorita Tulp llegó una fría mañana de invierno. Nadie la conocía. En ningún lugar. Era como un recién nacido, un nuevo ser. Pero hecha ya una mujer. Obviamente, yo tampoco sabía nada de ella, ni quién era, ni por qué apareció en mi vida con sus extrañas ideas... pero tardé sólo unos segundos en darme cuenta de que era un genio. No un genio de lámpara de pie ni de mesilla de noche, no, un genio genial, una persona sabia, astuta, rebosante de cosas buenas. Tenía justo lo que el mundo necesitaba en los tiempos que corrían... y eso era PELIGROSO. Ella tenía inteligencia, capacidad de actuación y bondad. También carisma y esa chispa que engancha al expectador. Empática, defensora de las causas justas, muy amiga de sus amigos... y con más enemigos de los que debería.
Pero remontémonos tiempo atrás. Antes de que la Señorita Tulp apareciera en mi vida, mi compañera de camino, mi amiga de confianza, Clarividencias, compartía conmigo todos los momentos que su ajetreada vida le permitía. Echábamos buenos ratos, con Buda, con Charada... y siempre nos divertíamos, aunque estuviésemos estudiando en la biblioteca. Nos conocimos en primero, cuando empezamos a estudiar en la Universidad. Y yo sabía bien cómo era, la conocía... o eso creía. Clarividencias siempre había sido un poco rara, por qué no decirlo, diferente a la mayoría, una persona excepcional. Era alegre y risueña y en sus ojos siempre brillaba una chispa de ilusión por todo lo que se traía entre manos. Pero de pronto, algo debió cambiar en su vida. Pasaban largos periodos de tiempo sin que apareciera por clase y, cuando lo hacía, venía cambiada, pálida y triste, sin la chispa en la mirada. Parecía que llevaba días sin dormir, qué digo días, semanas! Yo le hablaba sin parar de lo que habíamos dado en su ausencia, le contaba anécdotas y fiestas que se había perdido y, sobre todo, le hablaba mucho de la Señorita Tulp. Estaba deseando presentársela pero, curiosamente, siempre que Clarividencias aparecía por clase, faltaba la Señorita Tulp. Yo sabía que se iban a caer bien... eran muy parecidas!

Sin embargo, no sabía la sorpresa que me estaba esperando a la vuelta de la esquina. Algunos meses más tarde, Clarividencias vino muy preocupada a hablar conmigo. "Tengo que contarte algo. Es un secreto. Un secreto muy importante". Yo no sabía qué decirle, así que me quedé callada y, simplemente, la escuché.


To be continued!!
sábado, 22 de noviembre de 2008

El Cuarto Solitario.

Era una mañana de martes como otra cualquiera. Tenía muchas cosas que hacer... pero no tenía ganas. Me levanté y una oscuridad impropia para la hora que era inundaba el piso de punta a punta. Todas las persianas estaban bajadas. Con los ojos todavía medio cerrados, despeinada y hecha un zombi, fui avanzando dando traspiés de un lado a otro del pasillo con los brazos estirados como si estuviera sonámbula. Buscaba las ventanas, pero no las encontraba. Buscaba las puertas, pero nada. Fue entonces cuando vi a lo lejos una luz, no sabía por dónde entraba, pues ni había puerta ni ventana. A medida que me iba acercando, cada vez me molestaba más el resplandor, hasta que, poco a poco, mis pupilas se fueron haciendo a él.
Al fin lo tenía delante. La luz provenía de una especie de rectángulo que brillaba flotando en el aire. No era muy grande, era como un ventanuco por el que no cabía más que mi cabeza. Sin embargo, sucedió algo muy extraño, pues empecé a asomarme lentamente... Me pasó primero la nariz, quizás luego las pestañas, frente, labios, barbilla y... de pronto algo tiró de mí, una fuerza de otro mundo, de un universo paralelo o algo así. Y sentí, por un lado, como cuando el flash de la cámara fotográfica más potente de la Tierra te da directo en los ojos y, por otro, como cuando vas en coche por carretera y el conductor coge un cambio de rasante más rápido de lo debido y se te pone el estómago en la boca... pues esas dos cosas a la vez, una sensación MUY RARA.
Y pasó la genial sacudida. Y al fin pude abrir los ojos. Y tanto que los abrí... se me pusieron como platos. Y también se me abrió la boca, porque no me lo podía creer, ¿cómo había llegado hasta allí? Y vosotros os preguntaréis, ¿pero qué viste, Almendra, qué era, QUÉ? Y yo os lo voy a contar.
Era una habitación. Podría ser un cuarto de cualquier casa de cualquier familia de cualquier lugar, pero tenía algo que... No, no, no. Más bien le faltaba algo... Ni puertas, ni ventanas! Empecé a agobiarme y revolví todo lo que había allí dentro, fui palpando las paredes una a una, pero nada. Hasta que me di la vuelta y pude ver cómo la misma luz flotante que yo había visto en mi casa, flotaba allí esperando a que yo quisiera asomar otra vez mi cabecita y devolverme así a mi dulce hogar.
Más tranquila ya, sabiendo que tenía ahí mi canal mágico de conexión directa con mi casa para cuando yo quisiera regresar, decidí echar una ojeada a mi alrededor. Y no os lo vais a creer. A simple vista podría parecer un cuarto casi normal, sí, tenía una cama, dos sillas, una mesa, pero el aire... algo te impedía una visión adecuada. Cerré un poco los ojos intentando entrever qué era aquella bruma extraña... los cerré un poco más... y entonces la Bruja Choni!!... la tarde aquella... no sé qué de la copla... los toros... el traje de hojas secas... Palabras! Frases! Letras! Eso eran! El aire estaba lleno de palabras mágicas, de historias, de canciones, sentimientos, música, ilusiones, aventuras, ocurrencias y un sinfín de cosas más vividas y por vivir, inventadas y por inventar. Las letras se zambullían en el mar de símbolos, de códigos y términos y se mezclaban unas con otras transformándose en palabras nuevas, en frases distintas... se chocaban, daban vueltas, carambolas, gateaban por las paredes...

Y así fue como yo llegué a un Cuarto Solitario virgen; poco después me puse manos a la obra y empecé a poner orden. Cada vez que entro, atrapo una palabra de aquí y otra de allá y, como buenamente puedo, voy amueblando con historias los rincones de este cuarto extraordinario. Lo mejor fue descubrir que, en vuestras casas, el mismo resplandor os daba acceso a este lugar, comprobando de una vez que no era este un claustro hermético e impenetrable, sino todo lo contrario... nuestra Sala de los Menesteres. Tú has elegido no ser un ladrillo en la pared. Escogiste ser una ventana más por la que entra un torrente de luz incalculable, sólo espero que no la cierres! Así que no te lo pienses, saca tu caña y pesca, saca tu red y caza, cógelas al vuelo y cuidado que se escapan, se resbalan, se escaquean, son traviesas, tienen alas! Son palabras!
jueves, 20 de noviembre de 2008

El roce hace el cariño... 2ª parte

...y podría enfriarse la silla mientras tanto... ¡enfriarse la silla! No, eso sí que no...

De este modo, el joven Luisito descartó la posibilidad de pegar a su amigo (porque ya podría decirse que le había tomado cariño) en un libro, fuese de la asignatura que fuese. Así que, mantuvo su postura con el puño cerrado y el dedo índice estirado, algo similar a la estatua de la libertad o al que está esperando que le caiga un donut (que nunca cae, por cierto). Siguió pensando unos segundos y... "¿Qué tal si lo pego debajo de la silla?", se dijo. La verdad es que no era una mala idea (es lo que hace todo el mundo) pero le asaltaba la duda de que algún día tuvieran que coger la silla para ponerla en otra habitación, o para hacer limpieza, o para mudarse de casa... ¡qué más da para qué!, el problema era que alguien diese la vuelta a la silla y se encontrara allí con el maldito moco pegado en forma de sonrisa burlona que se mofa de todo aquel que lo mira con cara de asco.
Recordó algo que había visto hacer a algunos y que no estaría mal aplicar al caso. Consisitía en pegarse el moco en la suela del zapato y esperar a que este se separara de ti cuando él quisiera, libremente, sin coacciones. Claro que esto sí que no le hacía ni puñeterísima gracia. Eso de llevar su propio moco (aunque ahora que digo propio, siempre sería mejor que llevar el moco ajeno) pegado a la suela de esos deportivos que tanto le gustan, que son de marca (oh, qué guay!) y que casi le cuesta donar un riñón para poder comprarlos (aunque en realidad se los pagara su madre, pero y el esfuerzo que le costó convencerla!) no le daba muy buenas vibraciones, la verdad. Y menos allí, en su cuarto, que igual podría dejar el moco a la entrada de la habitación, bajando las escaleras o en la puerta de la cocina. Y tampoco era plan de salir a la calle con el dedo tieso y una vez fuera pegárselo para dejarlo en los adoquines por los que a veces hasta había andado descalzo.
Luis estaba tan sumido en los pensamientos de encontrar una solución eficaz y cómoda para deshacerse de la maldita sustancia pegajosa que ya se le estaba incrustando al dedo que no se dio ni cuenta de que su mdre había abierto la puerta del dormitorio y entraba para traerle la merienda.
En dos segundos, nuestro amigo bajó de la nube. Sintió pasos a su espalda que se acercaban y... ¿qué hiciste, oh, probe mentecato?! Tenía tras él a su adorable mamá, aproximándose lentamente con un plato de deliciosas magdalenas y un vaso de leche... ¿Qué fuiste a hacer insensato?!!

Sin darse cuenta, como guiado por un instinto animal, sacó disimuladamente la punta de la lengua y, sin pensarlo, con un movimiento rápido, zas!

¡Se chupó el dedo!

¡¡Se tragó el moco!!

-Buenas tardes, Luisito, aquí tienes la merienda.
-Gracias mamá.

Aquella fue, sin duda, la merienda más completa de Luisito, de quien te puedo asegurar que, a partir de ahora, no se lo pensará dos veces a la hora de pegar el moco debajo de la silla!
martes, 18 de noviembre de 2008

El roce hace el cariño y no me quiero separar de ti (dicho por un moco)

Os dejo aquí unas palabras que la Almendra de hace unos años publicó en la revista del instituto, causando un gran revuelo en la sala de profesores... xD

Era una tarde de frío, aunque el sol brillaba con toda su fuerza en el cielo azul. A Luis no le apetecía en absoluto hacer los ejercicios para el día siguiente, pero sabía que tenía que estar al menos unas dos horas dentro de aquel cuarto para que su madre pensara que estaba estudiando. Llevaba ya casi una allí metido, sentado en la incómoda silla junto a la mesa redonda de la esquina de la habitación. La falda de camilla le llegaba hasta el cuello y había puesto la papelera en el rincón para poner los pies encima y estar así más cómodo.
Tan grande era su aburrimiento que se sintió tremendamente feliz al encontrar la distracción de hurgarse en la nariz. Introdujo con cuidado el dedo índice y... voilà! he ahí un pequeño moco verde no muy duro, mejor dicho, demasiado blando. Era un moco difícil de manejar. Apenas lo hubo extraído de la oscura cueva en que éste llevaba a cabo su función protectora, cuando ya se le perdía entre los dedos índice y corazón.
Intentaba hacer con él, ayudándose del pulgar, un pequeño proyectil para lanzar después por la ventana, pero le era imposible. Podríamos decir incluso, que era un "moco rebelde, muy suyo". Luis paró de mover los dedos por un momento e intentó buscar otra solución. Estaba allí, sentado con los pies sobre la papelera de plástico, casi hundida ya por la fuerza que ejercían las piernas, mirando fijo el dichoso moco que, al parecer, no quería separarse de él. Desvió su mirada un momento y buscó por la mesa algún inservible papelucho donde poder envolver aquella sustancia verde, elástica y pegajosa (y repugnante, por cierto), pero lo único que había encima era el libro de biología, un estuche lleno de firmas de colegas y un flexo con una bombilla azul y tres o cuatro mosquitos volando alrededor.
Miró pensativo la forma en que estaba abierto el libro: el tema que estudiaba (la célula) pertenecía casi a la mitad del grueso tomo. Todo lo anterior ya estaba dado; era el bloque de geología. Luis odiaba la geología. Montañas, rocas, ríos y glaciares le habían hecho suspender la pasada evaluación. Con la mano izquierda (la mano libre, por decirlo de alguna manera), volvió páginas atrás. Páginas subrayadas que le daba un poco de pena destrozar pegando un horrible moco color polo de lima-limón. Pero ¿qué iba a hacer si no? Llevaba ya casi un cuarto de hora con el dedo tieso y se le estaba quedando petrificado en el aire! Pensó en el libro de lengua: la unidad de los sintagmas. Sí, esa sí que la odiaba tanto como para pegar en ella una docena de repugnantes mocos color polo de lima-limón. Pero tendría que levantarse si quería coger el libro de lengua. No, eso no estaba a su alcance, si se levantaba, al sentarse no recordaría la postura que tenía, no sabría qué pierna estaba sobre cual o dónde apoyaba el codo derecho... Le llevaría otro rato acomodarse y podría enfriarse la silla mientras tanto... ¡enfriarse la silla! No, eso sí que no.

[...]


Sí queréis saber cómo acaba la historia tendréis que esperar a la próxima entrada!

PD: no déis ideas, que le quitáis la emoción :PPP
jueves, 13 de noviembre de 2008

Nuevo día va a empezar... distinto a los demás


Os sitúo. Serían aproximadamente las 8.55 h. de la mañana, con lo que ya me estaba saltando la primera clase del día, muy probablemente dermatología (igual a tortura china), y llegaba tarde a la segunda. Esto ocurrió hará poco más de dos semanas. Iba yo por el carril bici, feliz y contenta (y quizás un poco dormida...), con mi melena al viento, pedaleando en mi saeta de fuego amarilla, la primera a la izquierda ras, subiendo la cuesta de Santa Justa, ras... Sumida en un estado de semiobnubilación, pedaleaba mientras mi cuerpo intentaba vencer el sueño, el frío, el resfriado y la angustia de llegar tarde un día más, para no variar. Para colmo, una vieja amiga se cruza en mi camino en lo que podríamos traducir a lenguaje escrito como un yiuuuunnnn y me lanza un "Adiós piliiii" que se queda flotando en el viento en el espacio entre su bici y la mía. Miro atrás y una melena pelirroja se va alejando. Pimienta!! Qué de tiempo sin verla! Y no le he dicho adiós! No me he dado cuenta! Joder, pues casi me caigo por mirarla, mira que si le llego a decir adiós y me desestabilizo... mierda, qué frío, no me voy a curar nunca de esta maldita tos... Diossss, menos 3 minutos y todavía voy por José Laguillo... Y para colmo empieza a chispear y me tengo que poner el gorro de la sudadera y parezco un gnomo colocao...

No sé bien cómo pasó, el semáforo estaba en rojo para las bicis, pero no venía ningún coche... claro que no contaba con el espacio muerto que quedaba entre el gorro de gnomo y la patilla izquierda de las gafas... lo cierto es que empecé a cruzar y de pronto apareció un cuadriciclo que iba directo a por mi biciclo y que parecía que iba a aplastarme como si fuera un gusano. Todos sabemos lo que es un frenazo en seco... pero sabéis lo que es un frenazo en mojado? Es algo así como... "Tranquilo, señor conductor, usted pase por el otro carril, que ya me estampo yo solita en este pero, por favor, no me aplaste la cabeza... graciassss".

Y así fue. Viví la caída un poco a cámara lenta, aun estaba dormida... pero de pronto, PLASSHHH! me estampo con el suelo, pero estampada de verdad; más que estampada, impactada; más que impactada, incrustada. Como cuando vas en el coche y un pequeño mosquito colisiona con el cristal y se queda ahí pegado por mucho tiempo... pues así me quedé yo. Y fue maravilloso. Genial. El despertar. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien, tan viva, como si me hubieran quitado de delante un velo que me separaba del mundo y, cuando me levanté, de verdad tenía los pies en el suelo y mi cuerpo era más ágil y mi mente más clara.

Sentí cómo el Mundo me gritó "¡DESPIERTA, QUE HA EMPEZADO UN NUEVO DÍA!"

:)
martes, 11 de noviembre de 2008

Va de luces rojas.

Odio los númeritos rojos de la radio-despertador de mi escritorio que cada noche, mientras intento dormir con los ojos abiertos, me recuerdan que es tarde y que mañana tengo que madrugar y que otro maravilloso día ha tocado su fin sin que yo le haya sacado el partido que debería (sobre todo en cuanto a estudios se refiere).

El otro día mi madre me compró una regleta de esas en las que puedes enchufar varias cosas a la vez, pues la alargadera que yo utilizaba antes ha sido destinada a otra base de corriente eléctrica. Consternada, manifesté "¡Mierda! ¡Otra maldita luz roja!", pero... "oh, sorpresa!", el pilotito de la regleta, cuya intensidad luminosa yo intento apocar escondiéndolo detrás de un espejito, produce un curioso resplandor anaranjado en el rincón de mi cuarto que me recuerda a la luz que emite la bombillita con forma de llama que ponemos cada Navidad a los pies del Niño Jesús en el Portal de Belén de mi hogar familiar.

"Pero si tú ya casi ni rezas!", me digo yo... y la niña que hay en mí, sale y me dice con un tonillo de rintintín que sólo los niños saben poner "Sí, pero aun así, pensar en el Niño Jesús te tranquiliza, eeeh!"... Y al rato me duermo con una sonrisa feliz mientras mi ángel de la guarda vela por mí.

:)
PD: nunca subestimes el poder que puede tener un hombre que reparte Biblias en miniatura en la calle... nunca subestimes el poder de un Nuevo Testamento sobre tus manos xDD
martes, 4 de noviembre de 2008

El baile.

La luna creciente cuelga del cielo sin iluminar apenas, cediendo por esta noche todo el protagonismo al brillo de las estrellas. Mientras, descansa a lo largo de toda su curvatura, tumbada a modo de columpio, decolorada y mustia, tal vez porque desde allí arriba lo ve todo.
El viento sopla fuerte y silba al chocar contra mi cara, los búhos me miran escondidos, los murciélagos revolotean invisibles y por mi cuerpo corre entonces un escalofrío y mi alma se estremece por el miedo.
Pero me hago fuerte y venzo todos los temores porque, aunque esté sola en esta noche triste y fría del otoño, perdida en este bosque donde vine a refugiarme de los hombres, reconozco que entre estos árboles deshojados que parecen mecerse mientras duermen, he encontrado la paz. Entre sus cuerpos se cuela ese soplo que no cesa, que me trae aroma a mar, a tierra fresca, a pastos y que aspiro sin saciarme mientras camino sin rumbo por estos parajes.
A mis pasos van crujiendo los ramajos y hojas secas. Siento en las plantas de los pies el impulso nervioso de la tierra, la corriente natural que circula en el subsuelo, por donde fluye vida que no vemos, igual que fluye la sangre y se transmite la corriente por dentro de nuestro cuerpo. Cierro los ojos y me dejo llevar por el encanto. Mi pelo vuela, se despeina, se me enreda y de pronto mis manos, sin recibir orden alguna de mi cerebro, ellas solas, por su cuenta, sin saber yo bien lo que están haciendo, empiezan a dar palmas.
Yo no sé, no entiendo qué es lo que pasa. En un segundo mi ser cambia. El silbido del viento es ahora una voz desgarrada que entona en buen flamenco, del profundo, del que lleva sentimiento y los crujidos a mis pies son los acordes de la fiel guitarra acompañante. De los árboles dormidos caen hojas que se apiñan girando para formar remolinos que ascienden desde el suelo y hacen ondas con mi falda recordándome los volantes de aquel traje…
Mis brazos van subiendo lentamente y mis manos van dibujando espirales en el aire que permanecen flotando como hilillos de humo que envuelven mi cuerpo mientras bailo. Suavidad, gracia, ternura… vienen de la música, entran en mi cuerpo, directamente hacia el alma, y salen por las yemas de mis dedos, por mi cintura y por mi pelo, tal vez para subir después al cielo y consolar allí a los muertos que nos miran preocupados.
Ha empezado a llover, pero no importa. La lluvia toca ahora por mí las castañuelas, a la vez que mis dedos con brío emiten chasquidos acompasados al son de esta naturaleza salvaje que emborracha hasta la más ínfima de mis células, que me trastorna y me fascina. Inspiro profundamente, el cuerpo firme, brazos arriba, la cara alta y los ojos cerrados… ah, qué bueno el aroma a tierra mojada. Luego suelto el aire poquito a poco y sigo mi baile.
Me mojo. El pelo, la ropa, la cara. Da gusto sentirse libre, fuera de la vida ciudadana. Libre de noticias que entristezcan y confundan mi alma, libre de violencia, de ira, de rabia. Libre de ataduras que no sean de las sagradas. Libre de todo, hasta de mí misma. Libre casi para tirar piedras…
Abro los ojos y miro al cielo. Las nubes han tapado las estrellas. Cierro los ojos de nuevo. Me emociono sin motivo y entonces me doy cuenta de que estoy actuando como una excéntrica fantasiosa, que estoy loca, sí, y de remate. Dejo caer los brazos y me fundo con el agua dejando así caer también mi cuerpo.
Tirada en el suelo, empapada y derrumbada, lloro mientras se encharca mi alma. Por qué, por qué tengo que volver a casa.
Luna, tú que estás ahí tan a gusto, no me mires con esa cara. ¿Acaso no has sentido el extraño sortilegio que me ha envuelto unos minutos poseyendo mi cuerpo y mi alma? ¿Ni el dolor ni el sufrimiento que salían de esa garganta, ni ese lamento asfixiado que salía de la guitarra? ¿Era el grito de la tierra? ¿El del cielo? ¿De quién era? Tal vez fuese el de una joven que cantaba alguna pena, o el de un hombre solitario, o el de una gitana muerta, o el de mi alma… O el de la tuya, Luna, o el de la tuya, quizá porque desde allí arriba lo ves todo.
Cántame otra canción, Luna, y bailamos las dos juntas con el traje de hojas secas. Ya he pensado que esta noche no me iré a dormir a casa…
domingo, 2 de noviembre de 2008

Nostalgia.

No sé porqué ni cómo es posible, pero hoy me he levantado con la sensación de echar de menos todo aquello que no he tenido jamás, todo lo que no he visto o sentido. Al abrir los ojos esta mañana, me ha atormentado pensar que si todo se acabara hoy no habría vivido tantas cosas por no haberlo intentado siquiera.
Qué triste me siento al recordar aquel libro de poesías que hojeé en una librería y que no pude comprar por no llevar dinero. Quise tenerlo y deseé llevármelo para leer aquella noche en la cama, pero por pereza o abandono, nunca volví a por él.
Añoro esa puesta de sol que la Humanidad no ha contemplado jamás: todos los hombres unidos de las manos mirando al horizonte rojo con los ojos llenos de lágrimas, sintiéndonos de verdad iguales y necesarios los unos para los otros.
Extraño el eclipse de luna que nunca he visto y la aurora boreal que iluminaba el cielo del polo mientras yo veía la tele; extraño a la gente que vivió en mi casa antes que yo y a los que vivirán después; extraño mi pasado y mi futuro. Echo de menos aquel cuadro en el que yo salía pintada, aquel libro que escribiera en una noche de inacabable inspiración, todos los sueños que no se me cumplieron.
Siento no haber estado al lado de mis amigos cuando fingí escucharlos, cuando teniéndolos delante estaba en otra parte y cuando estando lejos quise tenerlos cerca. Echo en falta todos esos momentos tristes, alegres, aburridos o mágicos que no viví con los míos... con los tuyos... contigo... que no viví. Y añoro también a aquellos enemigos desconocidos que jamás dieron la cara, pero cuyas palabras llegaron hasta mí a través del viento y de las bocas de otros y me ayudaron a hacerme mejor.
Echo de menos no saber qué se siente cuando cae la nieve o al dormir sola en el campo sin más techo que el cielo o al hacer de pronto algo que nadie espera de ti. Aquel beso y aquel paseo.
Siento no haber estado con él cuando estaba contigo y no haber estado contigo cuando estaba con él. Siento no haberte tenido cuando me tuviste y que no me tuvieras cuando yo te tuve. Siento haberme equivocado de deseo al paso de la estrella fugaz.
Lamento no haber leído mi libro preferido y no haber escrito la poesía que un día quiso salir de mi interior pero que yo reprimí, quedando en ningún sitio para siempre. Añoro la ciudad que no visité, la risa que no reí y el llanto que me guardé.
¿Por qué pudiendo vivir aquel momento negué al destino? Echo de menos esa otra vida que podría haber vivido si en lugar de seguir mi camino hubiera elegido algún otro.
¡Son tantas cosas las que extrañamos sin haber tenido nunca! Intento seguir cavando en mi nostalgia, desenterrar todo aquello en lo que nunca he reparado pero que siempre ha estado ahí. He encontrado algo más. Le extraño a él. Ese que nunca me ha conocido. Ese al que tampoco yo conocí. Aquel a quien he querido en la oscuridad, como el me quiso a mí.
Hoy estoy triste; quisiera leer aquel libro, ver un eclipse de luna, sentir la nieve caer o conocerte.
Tal vez no lo logre todo, puede que me queden cosas por hacer, pero creo que he llegado a una conclusión. Y es que si la vida mañana me da otra oportunidad, me lo prometo, viviré. Pensándolo mejor... ¿es necesario esperar a mañana?
En fin, dejaré la historia por hoy, he de ir a la librería en busca de aquel libro de poemas...
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