miércoles, 31 de marzo de 2010

Te echo de menos, soledad

Cuando nadie me ve hago lo que me da la gana. Si quiero me saco un moco y si no me lo como es porque no me gustan, porque si no me lo comería. Puedo rascarme donde me pique, con o sin disimulo, sin preferiblemente. Y muchas más cosas que puedo hacer pero que no me voy a poner a enumerar, total, si ya las sabéis...
El problema es esta casa en la que no hay manera de estar sola para tirarse un pedo a gusto, mires donde mires alguien te persigue, cierras la puerta de un cuarto y alguien viene y te la abre, decides vaguear en el patio y aparece mamá ofreciéndome un escobón... ¿Pero esto qué es? ¡Me queréis dejar! Y luego mi padre se enfurrusca si le digo que echo de menos mi cuarto (quiero decir mi otro cuarto... cuántos cuartos tengo?). Pero no sólo echo de menos mi cuarto, echo de menos todo, mi cocina, mi nevera, mi sofá, mi familia de pelusas del pasillo a las cuales saludo cada mañana, mi manta de colores y hasta la terrible falda de camilla sueltapelotas!
En definitiva, que estoy un poco harta de vacaciones, que quiero volver a mi rutina hogareña solitaria, que añoro ese llegar a casa a las dos y media y no saber qué hay de comer y abrir la nevera y que haya eco y aferrarme a la bolsa de piquitos como si de un salvavidas se tratase.
Y es que cuando estoy allí echo en falta estar aquí y cuando estoy aquí echo en falta estar allí, pues no en vano se dice aquello de que hay que irse lejos para añorar lo que dejaste atrás.

Ma solitude, comment tu me manques...


lunes, 29 de marzo de 2010

En una esquina cualquiera

XIII

"El día que nací yo
qué planeta reinaría,
por dondequiera que voy
que mala estrella me guía...
"

Así entonaba el Coplero de vuelta a casa, borracho perdido, cuando empezaba a anochecer. Había estado en una tasca llena de viejos verdes que le habían insultado y humillado por su apariencia amanerada y él, ni corto ni perezoso, con la lengua desatada por el vino, les había dicho que venía del futuro y que en la Sevilla del dos mil y pico los hombres hasta se podían casar entre ellos y que, aunque él no era homosexual, no le importaba parecerlo porque era como él era y punto pelota. Como supondréis, se rieron de él casi hasta orinarse encima. Aunque había un hombre al final de la barra, un señor callado con mirada interesante que bebía una copa de coñac, al que, no sabemos por qué, no le hacía tanta gracia.

Esa misma mañana había vuelto a hablar con la Aurorita después de más de una semana. Ésta le había contado lo que le pasó cuando fue a ver a los gitanos. Le contó lo de los mulos, lo de la hoguera y la fiesta y cómo de repente se congeló el tiempo y todo se quedó inmóvil menos la Carmen, que se apiadó de ella e intentó ayudarla, aunque lo único que le dijo fue que la clave para deshacer su maleficio estaba en la fe...

"En la fe, me dice, a mí, que me he criao en una familia de republicanoh ateoh que no creemoh mah que en er segundo que ehtamoh viviendo. Se pensaría esa que me iba a meté yo a monja pa que enamorarme ya no fuera un problema, amoh a vé que te parece... la fe..."

Ya casi estaba llegando a su casa cuando, de pronto, una voz dulce y angelical, pero coplera y gitana al mismo tiempo, la más bonita que el Coplero hubiera escuchado jamás, le tomó el relevo y siguió con la letra...

Estrella de plata,

la que más reluce,

¿Por qué me llevas por este calvario...
llenito de cruces?

El Coplero se detuvo. Una mujer bien escotada cantaba mirándole desde una esquina. ¿Ereh la gran Imperio Argentina? -articuló como pudo-. La ramera se echó a reir haciendo botar sus tentadoras tetas. "Qué más quisiera, hijo. Soy la que no tiene nombre, la que a nadie le interesa... pero soy la dama de la plaza de Molviedro, para servirle" .

Era obvio que aquella mujer de dama tenía más bien poco. ¿Pero -se preguntó el Coplero- por qué no aceptar sus servicios ya que se los había ofrecido? ¿Acaso no era él un hombre como le había dicho a los de la taberna? ¿Acaso no podía él cumplir como se merece y satisfacer sus necesidades, ya que la Aurori no lo quería? ¡¿Acaso no tenía derecho a saber lo que se siente al fundir su cuerpo con el de una hembra?! "Claro que sí, tú puedeh haserlo Coplero, al ataquerrr!". Y con esas palabras se autoconvenció y desapareció calle abajo con aquella fresca sin nombre, la perdición de los hombres, la que miente cuando besa... con esa.



CONTINUARÁ
sábado, 27 de marzo de 2010

Bien o mal

Sucede que a veces, aun cuando quieres lo mejor para ti y para todos, no sabes si actuas bien o mal. Y te encantaría que existiera una opción con la que pudieras acompañar cada uno de tus actos de una extensa y perfecta explicación que hiciera comprender a cada cual el por qué de tus decisiones.
Tal vez de ahí, la importancia de ser bueno, pues no dudarán de ti.

*Jorl, acaba de darme un bajón porque iba a insertar un video (motivo de esta entrada) y resulta que los videos de mi amiga Julieta tienen la "inserción desactivada por solicitud". Dejo el enlace aquí y quien quiera que vaya a verlo.




miércoles, 24 de marzo de 2010

No me déis por muerta

De chica no podía comprender por qué alguien que no estaba a gusto con su vida no cogía simplemente un avión y aterrizaba en otro lugar del planeta para empezar desde cero una nueva vida con otra gente, otro trabajo, sin problema alguno, feliz y contento... Luego comprendí que eso no era fácil, pues supondría abandonar no sólo lo que no te gusta, sino también a las personas y cosas que más quieres.

No obstante, a mí a veces se me sigue pasando la idea por la cabeza... ¿a quién no, supongo? Hombre, no ya lo de coger un avión y plantarte en la conchinchina, pero sí dar un giro a tu vida. Sin embargo, por ahora creo que me quedaré como estoy, pues parece que los cambios los tengo a la vuelta de la esquina y me van a venir como sopla el viento en Tarifa, pegándome en to la cara.

Así pues, si desaparezco, no me déis por muerta... estaré de parranda!


sábado, 20 de marzo de 2010

Declaración


Un nuevo día daba comienzo en la Sevilla coplera. Apenas con los primeros rayos, el Coplero ya volvía de cumplir los encargos de la Porrúa del lugar donde los hortelanos descargaban sus carretas llenas de un tesoro verde y fresco con matices rojos y naranjas. Regresaba cargado a la humilde frutería de la calle Feria, donde la Aurori estaría ya dispuesta para abrir el puesto. Por el camino se iba acordando de aquellos jueves en los que solía pasar por dicha calle para ir a ver a su madre, La Lunaritoh, a la Macarena. Recordaba cómo disfrutaba del paseo viendo el mercadillo de reliquias, algunas de ellas para tirarlas, otras con encanto, muy pocas aun servibles para algo... Ahora todos esos objetos lucían en las casas con toda la naturalidad del mundo, aun nuevos y útiles, desconociendo que en un futuro, oxidados y llenos de polvo, serían expuestos bajo el sol asfixiante de Sevilla en el suelo de aquella misma calle.



Como cada mañana, la Aurori y el Coplero colocaban juntos fruta y hortaliza en los cajones de los estantes. Algunos los sacaban a la calle para atraer más al cliente, pero tenían que vigilar con suma atención, pues en los tiempos que corrían a cualquiera se le iba la mano para echarse una papa al bolsillo. Por aquello de su reencuentro con los gitanos, la Aurori estaba hoy más en la luna que nunca.

"Venga ya, Aurori, cómo no te vah a podé enamorá, deha ya de darle güertah muhé, que eso no puede sé, que tú ereh bien guapa y grasiosa", le decía el Coplero mientras reponía las peras, sin levantar la vista, con miedo de encontrarse con su mirada y empezar a atropellarse con las palabras. Ella apenas le escuchaba. "Coplero, te lo agradehco, pero tú ya sabeh que no, que eso no puede sé. Dehde que la gitana me echó er mal de oho soy otra muhé, no tengo ganah de ná, yo, que era lo máh alegre de mi casa, ahora no tengo ni hambre, no quiero salí de la cama, no puedo ni tarareá lah cansioneh de doña Concha mientrah pelo una patata..." Mientras, el Coplero piensa, "Tú sí que me quitah a mí el hambre, niña, que no puedo mah que pensá en esos'oho, en esa boca, to lah horah que tiene er día..." y a ella le dice en alto "Chiquilla, que no digah eso..."

"Ademáh -dice la Aurori-, de quién voy a enamorarme yo, si me paso ahquí to er día enclauhtrá, de ti?"

Y al fin, touché. El estómago se le hizo un nudo, se le doblaron las piernas y el cajón de fruta que acababa de coger fue a parar directo al suelo. Nerviosos, no fuese a aparecer por la puerta la Porrúa y presenciara el desastre, los dos se agacharon corriendo para poner todo en orden. Casualidades de la vida, ambos fueron a agarrar el mismo plátano... La mano callosa de nuestro amigo fue a rozar la mano pequeña y suave de la Aurorita y, sin soltar el plátano, ambos levantaron las cabezas, confluyendo sus miradas. "¿Por qué no?", dijo el Coplero.

El creyó que se moría... Ella que le daba algo... Los dos soltaron el plátano y siguieron recogiendo cada uno por su lado. Durante un rato ninguno medió palabra, hasta que la joven decidió romper el hielo.

"Yo creía que tú erah..."

"Pueh no..."

Y ahí quedó todo. Y en los siguientes días, todo fue esquivarse y contestar con evasivas. Y el Coplero, cada vez más triste, se iba consumiendo en vida, estaba ya en los huesos, recordaba al Cigarra, caminaba sin rumbo, se emborrachaba a menudo... y siempre cantando así:


lunes, 15 de marzo de 2010

Comerse los mocos

Hoy traigo noticias jugosas que sé que os encantarán. Ha llegado a mi conocimiento que, tras varios estudios, el neumólogo austríaco Friederich Bischinger ha podido demostrar que niño comemocos es igual a niño más sano y feliz. Cito textualmente:

"Cuando nos comemos el moco, este funciona como una especie de vacuna; consigue reforzar nuestro sistema inmunológico de una forma natural y gratuita. Al comerse los mocos se expone al sistema digestivo a las bacterias acumuladas en la mucosidad, ayudando así a reforzar el sistema inmunológico de cada individuo".



Además, puntualiza, que con el dedo podemos llegar a sitios donde el pañuelo no llega (¡y que lo digas!) y que -esto ya se había revelado antes- al meternos el dedo en la nariz estimulamos parte de nuestro cerebro.

No tengo nada más que añadir, sólo remitiros, si os apetece, a la historia del moco particular de este blog y decorar un poquito más la entrada con un bonito video como este:


miércoles, 10 de marzo de 2010

A veces...

...hablo con los pájaros y ellos me responden...



... y con los perros y las ovejas, escarabajos y vacas.
domingo, 7 de marzo de 2010

La clave


Con el grito de la Aurori y algún que otro improperio que salió de su boca, los mulos se espantaron y no salieron corriendo porque estaban atados, que si no hubieran llegado de un salto a Almería. Semejante revolución detuvo la fiesta flamenca y, de repente, toda la comunidad gitana, formada por cuatro o cinco familias que se entremezclaban, abarcando desde el abuelo patriarca hasta el papa, la mama, los hijos, los tios, los primos y los churumbeles de todos ellos correteando descalzos por el albero lleno de boñigas frescas, se detuvieron como si se hubiera parado el tiempo para mirar el espectáculo que estaban formando la Aurori y las bestias.

No tardaron en reconocerla pero, antes de que nadie dijera nada, la Aurori se adelantó (con el pie caliente todavía) y armada de valor comenzó a revelar la razón por la que había caminado hasta allí. El genio y ese temperamento trianero que la habían impulsado a hacerlo se fueron desvaneciendo poco a poco y, sus palabras, que en principio eran rotundas y exigentes y que en ningún momento quiso ella que sonaran a súplica o desesperación, empezaron a temblar al brotar de su boca, volviéndose inseguras, penosas y tristes, dejando ver a la muchacha vulnerable y abatida en que se había convertido desde que la maldición gitana se posara sobre ella.

Nadie le hizo mucho caso, sin embargo. Nadie menos la vieja bruja pestilente, que la miraba con odio, y el vulgar cateto de su nieto, el causante del mal, cejijunto, cara de bobalicón. Aun así, no parecía que fuesen a tomar partido. Estaban callados, quietos, yo diría que inertes. Como dije antes, parecía que el tiempo se hubiera detenido, hasta las llamas estaban de repente estáticas, hasta los mulos, que tanto se alborotaron, uno se había quedado con la pata en alto y, cruzando el cielo nocturno, se veía a una lechuza con un ratón muerto en el pico que justo debía sobrevolar la escena cuando el tiempo se detuvo quedándose allí, ¡petrificada, desafiando a la gravedad!

La Aurori paró de hablar. El silencio era absoluto. Nadie se movía, nadie decía nada. Hasta que, levantándose del suelo, una figura que logró salir del trance cobró vida y se acercó hasta ella. Era la Carmen, Carmencita, la risueña bailaora que con tanta gracia se movía como le salía del alma mientras la otra espiaba tras de los mulos. Su cara ahora era de preocupación. "Tieneh que irte -le dijo deprisa- si no quiereh que mi agüela te eche ahora una mardisión mah gorda. Mi primo eh un pirandón* chalao y mi agüela una timujañí* mu poderosa que no eh pa tomársela a chihte. Sólo hay una forma de desasé er malefisio que pesa sobre tuh carneh..."


De pronto, los relojes volvieron a funcionar. Las llamas de nuevo bailaban, el mulo bajó la pata, la lechuza siguió su vuelo y las miradas de los calorros desprendían fuego abrasivo otra vez. De un empujón, la Carmen azuzó a la Aurori para que saliera corriendo de allí y no volviera jamás. Sus palabras reveladoras quedaron sepultadas bajo los gritos amenazantes de los demás gitanos y lo único que la Aurori pudo escuchar fue: "¡La fe, Aurorita, ahí ehtá la clave, en la fe!".

Y ya no pudo oír más nada, sólo corría y corría. Volvió la vista una vez solamente y pudo ver cómo sacudían enfadados a la Carmen mientras ésta se reía y lloraba a la vez...



¡CON-TI-NUA-RÁÁÁÁÁ!

*Notas:
-Pirandón: putero en lenguaje caló.
-Timujañí: bruja en lenguaje caló.
*Foto: Gitana, de Sorolla.

miércoles, 3 de marzo de 2010

La fiesta gitana


También para la pobre Aurori habían pasado ya varias semanas desde la noche en que cayera sobre ella el terrible sortilegio que le impediría por siempre abrir su corazón a la llamada del amor. Desde entonces vivía a medias y actuaba como una autómata. De pronto reía, de pronto lloraba, de pronto se tiraba al suelo y pataleaba. Poco le importaba cuanto le dijera el Coplero e ignorarlo para ella era tan fácil como ignorar a una coliflor o a una lechuga. Ya nada le interesaba, todo le era indiferente. El ajo en las tostaítas, el buchito de aguardiente, el caminito a Triana, el murmurar de la gente, el olor de los membrillos, la sonrisa a los clientes... A la porra las rimas fáciles que adoraba antiguamente. Ahora sólo le importaba deshacer el maleficio. ¿Cómo -se preguntaba- cómo?

Y así estuvo la Aurori, con el nudo en la garganta y las lágrimas a flor de piel, hasta que una noche, como si su propia sombra se saliera de su cuerpo para darle un consejo en segunda persona, se dijo... "Hahta ahquí hah llegao, Aurora de mi corasón, de ehta noche no pasa que saqueh tu temperamento trianero y vayah a hablá con la tribu esa de mamarrachoh". Y así fue, dicho y hecho.

Conforme se acercaba a las calles donde vivían los gitanos, éstas se volvían más pobres y oscuras, más sucias e inmundas y se podía sentir los ojos de las ratas mirándote desde sus escondrijos. Ya olía a candelorio, ya se escuchaban las palmas, el taconeo y las voces rotas del cante jondo. Escondida detrás de unas mulas, Aurori contemplaba la fiesta gitana. Qué alegres se les veía, qué luz en sus caras tostadas, iluminadas por las llamas. Todos tocaban las palmas al son de la guitarra, acompañando a una gitana gorda que era la que cantaba. Y en el centro, bordeando la candela con sus brincos y vaivenes, la estrella, todo el jolgorio se orientaba hacia ella, la pasión corpórea, una joya en bruto, la pequeña Carmen*, capaz de moverse con más viveza que las propias llamas.



Pero, como supondréis, algo tendría que pasar, pues la Aurori no había llegado hasta aquí para nada. Así pues, un inoportuno acontecimiento vino a descubrir a la joven quien, ante el tremendo pastel de mierda recién hecha, calentita y apestosa, que le cayó justo encima del pie, procedente de una de las bestias que le servían de barrera, no pudo más que proferir un grito ensordecedor, presa de la repulsión. Se demostró así que la carne de burro no es transparente, pero la mierda de mulo es un arma fuerte...

CONTINUARÁ

*Nadie ha dicho que esa Carmen sea Carmen Amaya, eh! Simplemente es Carmen y el video la representa. Recomiendo encarecidamente verlo.
martes, 2 de marzo de 2010

Acoplándose

IX

Habían pasado ya tres o cuatro semanas desde aquel primer día en que el Coplero y la Aurori se conocieran, presos cada uno de sus propios infortunios. Poco a poco, nuestro amigo se fue acoplando (nunca mejor dicho) a la nueva (aunque antigua) Sevilla en que ahora vivía. Nunca llegó a revelar su nombre, así que todos lo llamaban, simplemente, Coplero.

Hizo éste una especie de trato con la jefa de la Aurori, de forma que Antoñita la Porrúa (que era como la llamaban) le pagaba unas pesetas por ayudar a cargar fruta y por desempeñar todo tipo de tareas que a ella se le antojasen necesarias. Para cualquier cosa que hiciera falta, allí estaba el Coplero, disponible 24 horas, lo que venía siendo un esclavo por cuatro perras y media. Las noches las pasaba en una pensión cutre y apestosa pero que, por lo menos, se situaba en pleno casco antiguo, haciendo esquina en Doña Guiomar, zona antes conocida como La Laguna de la Pajería*, y, sólo con eso, para él ya podía tener cucarachas 4x4, mosquitos con cinco aguijones o ratas-velocirraptor, que él estaba feliz.



Tal y como lo dejamos en el capítulo anterior, el Coplero seguía confuso. Es más, en el transcurso de estas semanas su confusión no había hecho más que aumentar de manera exponencial. Ocurre que el Coplero, que nunca tuvo una figura paterna, desde niño siempre estuvo harto de las mujeres que entraban y salían de su entorno, siempre cotilleando, hablando por los codos, cosiendo, bordando, probándose vestidos de lunares y volantes y soltando grititos estridentes que, aunque fuesen de alegría, servirían perfectamente para ambientar las escenas más terroríficas. Tal vez por esto, aunque inconscientemente y sin querer, el Coplero se comportara como una más de estas histéricas modistas, zurcidoras y mocitas sevillanas con las que pasaba horas y horas, ayudando él también de vez en cuando en la labor a lo largo de aquellas largas tardes en el taller de costura. Algo que ni siquiera Er Cigarra, su único amigo varón, pudo mitigar, pues, como ya dije en su día, er Cigarra era una auténtica maricona. Y, tal vez por esto también, creyera el Coplero que lo que quería poner en su vida era un hombre, pues, además, todos daban por hecho, por su actitud y comportamiento, que él pertenecía a la misma acera que su amigo.

Sin embargo, el Coplero, a sus 32 años, la edad de Jesucristo cuando Jesucristo tenía 32, jamás de los jamases había llegado a sentir las mariposas del amor, no habiendo podido comprobar así cuál era realmente su verdadera tendencia sexual. Es por esto, que nuestro amigo tuvo nada más y nada menos que viajar al pasado para darse cuenta de que, a pesar de lo que le habían hecho creer y a pesar de su amaneramiento, no, él no era homosexual.

¡CONTINUARÁ!

*N. del A.: toda aquella zona era conocida como Laguna de la Pajería por su tendencia a inundarse y formar lagunas y porque era donde se vendía la paja.
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