Aquí estoy, en la capital, en esta ciudad gigantesca de calles abarrotadas que es Madrid. No sé si será por el buen tiempo que hace, que saca a todo el mundo a la calle, pero lo cierto es que no recuerdo haber estado en otro sitio donde las calles estuvieran tan, tan, tan agobiantemente transitadas en un día cualquiera. Mientras circulo a patita intentando esquivar transeúntes y visionando a un lado y al otro y al frente edificios enormes y fuentes colosales, se me vienen a la cabeza los días de peregrinaje por los caminos gallegos, tan relajantes, tan armoniosos, donde las únicas construcciones que encontrábamos, aldeas y pueblecitos aparte, eran los mojones con la inscripción del kilómetro correspondiente y lo único que podía hacernos detener el paso, un rebaño de vacas atravesando el camino.
Llegué el viernes, me vine en bus en un viaje que rozó las siete horitas. Y para no dejar duda de quien soy y de donde vengo, en mi macuto, dos bocatas olorosos, uno de lomo y otro de queso de cabra, hechos con amor por mi buena madre, que a las siete de la mañana me revolvían las tripas, pero que a las doce me cayeron como agua de mayo y me devolvieron la vida. El glamour ya vendrá cuando tenga que venir.
Venía yo con mi libraco, del cual no me queda mucho y que pensé zanjaría en el camino, pero el señor autobusero tuvo a bien ponernos una película... y yo, que en principio no mostré mucho interés, entre otras cosas porque iba sentada delante (donde les gusta a las viejitas) y para ver la pantalla tenía que estrujar mis delicadas cervicales como si fueran un muelle, acabé atrapada en el transcurrir de la peli sin poder parar de reír, refugiada tras las carcajadas de mi compañera de asiento que, por suerte, era mucho más escandalosa que yo. Desde que amanece, apetece era el título (que, por cierto, me hizo sentir ausencias). Con Gabino Diego, Arturo Fernández y Loles León... Y yo, aparte de por lo cómico de la historia, no podía parar de reírme identificándome con Gabino, que era un pobre muchacho de un remoto pueblo asturiano al que sus padres mandaban a la capital con una empanada casera para que prosperara y se hiciera un hombre (y vamos si lo hizo...) y para dos o tres cosinas más.
Me imaginaba yo -que no sabía ni a dónde venía porque la amiga con la que me quedo iba a recogerme a la estación y no me había dicho ni dónde vivía- saliendo de una parada de metro en un barrio chungo y encontrándome en un Madrid que nada tenía que ver con el que me había imaginado, teniendo que llegar a las situaciones más disparatadas para poder permitirme seguir en la ciudad hasta el miércoles e ir al Ministerio a coger mi plaza. Y me descojonaba yo sola. Más aun si me venía alguna ráfaga de aire con aroma a queso o lomo...
Pero nada más lejos de la realidad, al llegar, la pequeña Judith me esperaba como siempre, monísima y charlando por su blackberry mientras se colocaba el flequillo. Me trajo a su casa de un barrio bonito, me acogió con hospitalidad (y no como Arturo Fernández a su pobre sobrino) y después de comer y con los pies en la mesa, ambas nos pintamos las uñas de manos y pies, para que tampoco me quedase duda a mí, por mucho que venga del pueblo (del mío y del suyo) de a dónde he venido a parar (y porque nunca se sabe con cual de los veinte dedos tendré que pulsar el botón).
Y después, a disfrutar Madrid, que la estancia es corta.
Llegué el viernes, me vine en bus en un viaje que rozó las siete horitas. Y para no dejar duda de quien soy y de donde vengo, en mi macuto, dos bocatas olorosos, uno de lomo y otro de queso de cabra, hechos con amor por mi buena madre, que a las siete de la mañana me revolvían las tripas, pero que a las doce me cayeron como agua de mayo y me devolvieron la vida. El glamour ya vendrá cuando tenga que venir.
Venía yo con mi libraco, del cual no me queda mucho y que pensé zanjaría en el camino, pero el señor autobusero tuvo a bien ponernos una película... y yo, que en principio no mostré mucho interés, entre otras cosas porque iba sentada delante (donde les gusta a las viejitas) y para ver la pantalla tenía que estrujar mis delicadas cervicales como si fueran un muelle, acabé atrapada en el transcurrir de la peli sin poder parar de reír, refugiada tras las carcajadas de mi compañera de asiento que, por suerte, era mucho más escandalosa que yo. Desde que amanece, apetece era el título (que, por cierto, me hizo sentir ausencias). Con Gabino Diego, Arturo Fernández y Loles León... Y yo, aparte de por lo cómico de la historia, no podía parar de reírme identificándome con Gabino, que era un pobre muchacho de un remoto pueblo asturiano al que sus padres mandaban a la capital con una empanada casera para que prosperara y se hiciera un hombre (y vamos si lo hizo...) y para dos o tres cosinas más.
Me imaginaba yo -que no sabía ni a dónde venía porque la amiga con la que me quedo iba a recogerme a la estación y no me había dicho ni dónde vivía- saliendo de una parada de metro en un barrio chungo y encontrándome en un Madrid que nada tenía que ver con el que me había imaginado, teniendo que llegar a las situaciones más disparatadas para poder permitirme seguir en la ciudad hasta el miércoles e ir al Ministerio a coger mi plaza. Y me descojonaba yo sola. Más aun si me venía alguna ráfaga de aire con aroma a queso o lomo...
Pero nada más lejos de la realidad, al llegar, la pequeña Judith me esperaba como siempre, monísima y charlando por su blackberry mientras se colocaba el flequillo. Me trajo a su casa de un barrio bonito, me acogió con hospitalidad (y no como Arturo Fernández a su pobre sobrino) y después de comer y con los pies en la mesa, ambas nos pintamos las uñas de manos y pies, para que tampoco me quedase duda a mí, por mucho que venga del pueblo (del mío y del suyo) de a dónde he venido a parar (y porque nunca se sabe con cual de los veinte dedos tendré que pulsar el botón).
Y después, a disfrutar Madrid, que la estancia es corta.
6 que dejaron huella:
Yo siempre creí que se decia "dios mio" y esta dice "España"...
Como cambian los tiempos.
JAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJA me acabo de teletransportar al asiento de al lado, y me ha parecido oler el aromilla indiscreto que salia d tu mochila!!!jajajaajaja.
yo ahora estoy pensando de qué color pintarme las uñas para tan señalado día.
Te faltó contar lo del bocata de calamares! Lo pongo por aquí con el privilegio de quien recibe una confidencia. Me la he pasado genial en este pequeño ratito! Gracias!!!! éxitos el miércoles!!!
jajaajja qué grande eres
yo soy de un pueblo muy pequeño (250 habitantes) allí he vivido mi niñez y mi adolescencia...sin embargo me encanta Madrid, llevo aquí 11 o 12 años ya!!!! y precisamente ese montón de gente y ese "bullicio" es lo que me da a mí anonimato....en el pueblo era iposible....cuando voy al pueblo..donde no hay nada y a veces nadie por la calle...me ahoga, esa soledad me ahoga....
Me encanta Madrid!!!! y si tienes la oportunidad de vivir aquí un tiempo verás como de cautiva...
María Jesús, es que esta era guiri, jeje.
Buda, píntatelas de rojo chillón, el día lo merece!
J., lo dicho en tu blog, yo también pasé un rato estupendo. Gracias a ti por sugerir que quedásemos y por animarme y desearme lo mejor. Y enhorabuena otra vez por tu plaza (lo puedo repetir muchas veces más xD).
Rocío, yo creo que soy muy pequeña y en esta ciudad más todavía.
Metamorfosis, Madrid es precioso, pero es demasiado bestial... para mí. Hay ciudades no tan grandes que te conceden también ese privilegio de pasar desapercibido, pero con una vida más tranquila, no sé, de verdad, a mí Madrid me parece un poco estresante. Pero pa gustos colores, eso ya se sabe!
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