Capítulo V. El desayuno.
La Señorita Tulp entró confusa y desorientada en la cafetería sin saber ni por dónde caminaba, sumida por completo en sus pensamientos, replegada sobre su alma sin echar cuenta al mundo que intentaba despertar a su alrededor en torno a una taza de café. De pronto, una cara diferente a todas las demás allí presentes, una cara que desentonaba por su expresión de alegría, de estar feliz aunque fueran las ocho de la mañana y un largo día de trabajo quedara aun por delante, la sacó de su ensimismamiento.
Sentada al fondo de la sala, bajo las verdes hojas de una maceta que colgaba del techo al más puro estilo andaluz, Miss Candy Candy le estaba regalando una sonrisa chocolatada de las que sólo ella sabe conceder. Era imposible mantenerse impasible... la Señorita Tulp no tuvo más remedio que reírse. Sin embargo, nadie más pareció darse cuenta de tan graciosa situación, ninguna de las demás personas que estaban allí con la mente puesta en sus quehaceres rutinarios fue capaz de olvidar por un momento sus problemas y dedicar una sonrisa a la mañana. La Señorita Tulp fue consciente de ello, pero tampoco se alarmó, pues lo que necesitaba en ese momento era centrar toda su atención en aquella persona que parecía que al fin iba a librarla de esa tristeza vital que últimamente la invadía. No recordaba haber conocido antes a esta joven singular, sin embargo, algo en su interior le parecía que la echaba mucho de menos... eran los restos de una Clarividencias mortecina que aún palpitaba débilmente resignándose a salir a la luz por haber comprendido que ahora era el turno la Señorita Tulp, la versión más completa y estable de sí misma.
A los pocos minutos, las dos ya se congratulaban como si fueran amigas de toda la vida. A la Señorita Tulp se le olvidó ese sentimiento de soledad que no la dejaba pensar en otra cosa, mientras Miss Candy Candy le contaba las historias de cuando metía la cabeza en la lavadora para gritar a pleno pulmón, insonorizando así toda su rabia contenida; de los concursos de pedos; de las posturas de decorticación y descerebración con algún chupito de más; de la noche en que besó a un sapo que resultó ser algo más que un príncipe encantado...
Tantas cosas, tantas historias eran las que podía contarle Miss Candy Candy para amenizar cada día, minuto, hora y segundo de su vida... Pero de pronto, algo le ocurrió a aquella joven de mirada dulce de grandes ojos azules, pues dejó a la Señorita Tulp sola dando carcajadas en medio de la cafetería y salió pitando dirección a los servicios de la planta baja del edificio de al lado. Lo siento, tengo una urgencia... me cago! Y con esas palabras desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Fue entonces, cuando se quedó sola, ya feliz, con una sonrisa plena en los labios, cuando miró a su alrededor y se dio cuenta de la expresión de las caras que la rodeaban. Hombres de mirada cansada y triste. Jóvenes que llegaban arrastrando los pies y las ojeras para pedir un café solo que los mantuviera despiertos. Mujeres que lanzaban al aire miradas de odio porque otros se les adelantaban en la cola, haciéndoles perder más tiempo del necesario para ese momento improductivo del día.