Capítulo IX.
En aquella noche oscura, Clarividencias vagaba casi sin rumbo siguiendo el rastro de la premonición más auténtica que había tenido en su vida. No sabía por qué, pero en ella aparecía un hombre que debía tener más de cien años. De su hombro colgaba una correa de cuero que resistía con fuerza el peso de un gran tambor. Aquel anciano de mirar afligido era El Tamborilero.
Clarividencias intentaba concentrarse y escuchar el vibrar del tambor, aunque fuera en el tiempo, aunque sólo fuera un eco lejano de años atrás, si se concentraba podría escucharlo y así llegaría hasta él. Pero no lo conseguía. En lugar de eso, unas voces se colaron en su cabeza, extraños susurros que parecía que venían de cientos, de miles de bocas diferentes y cuyos mensajes no podía descifrar. Empezaban a inundar su mente, no podía pensar con claridad, sentía cómo su Poder se debilitaba. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que casi había salido de aquel pueblo fantasmal. Más allá, olivos y encinas empezaban a dibujar figuras espectrales en la noche. En aquel momento miró a su derecha y allí, solitario y olvidado, descubrió las ruinas del antiguo cementerio.
De nuevo sin saber por qué y guiada esta vez por aquel murmullo general, se alejó aun más de la poca luz que despedían las últimas farolas de las calles y se adentró en la sagrada penumbra de un camposanto ruinoso, interrumpida sólo en ciertos tramos por alguna que otra vela a punto de expirar.
Sentada sobre los restos de una lápida milenaria, una mujer morena de ojos grises y piel transparente, contemplaba a Clarividencias contemplándola a su vez. De pronto los murmullos cesaron y hubo un gran silencio que le produjo escalofríos. Pero al instante la mujer de la melena negra empezó a hablar y no se calló hasta que no hubo contado su historia.
"Hace más de sesenta años mi difunto esposo encontró siete cascabeles plateados entre las cenizas de una hoguera. Era una hoguera que se prendía cada año en la plaza del pueblo en honor a las mujeres que murieron abrasadas en los tiempos medievales por ser consideradas brujas y hechiceras. Como siempre por esas fechas, el Tamborilero recorría las calles de la ciudad perseguido por niños de almas inocentes que bailaban una danza un tanto extraña que había ido transmitiéndose de generación en generación desde aquellos días en que la quema de brujas era algo habitual.
Con la música del Tamborilero y la danza de los niños al son de la flauta y el tambor (que culminaba, al caer la noche, alrededor de la hoguera) se decía que las almas resentidas de aquellas mujeres permanecerían lejos del pueblo y dejarían en paz a los descendientes de los descendientes de aquellos que un día las traicionaron. Pero aquel año, justo el día de la Fiesta de la Hoguera, una terrible tormenta descargó sobre nuestra villa y ni el Tamborilero ni los niños salieron a la calle y los leños dispuestos para la hoguera se quedaron mojándose en el medio de la plaza. Sin embargo, cuando al amanecer llegó la calma y la vida volvió a las calles, los leños se habían consumido y en su lugar sólo había cenizas... y entre ellas, los siete cascabeles plateados.
Mi esposo los cogió y con ellos me hizo una pulsera. Pronto nos dimos cuenta de que aquellos cascabeles tenían algo extraño, pero todo terminó cuando nació nuestra hija, Asunción. Entonces la extraña era ella. Asunción había absorbido al nacer todo el Poder de la pulsera, los Siete Poderes de unos cascabeles embrujados por los espíritus de unas hechiceras que, en su día no fueron malas pero que, tras sufrir la condena de la Inquisición, quisieron vengarse de su pueblo lanzando una maldición sobre él, de forma que, si el que poseía los cascabeles tenía un alma pura y noble, no pasaría nada, simplemente sería un poco especial. Pero si algún día el Poder de los cascabeles llegaba a algún desalmado, a un espíritu corrupto y malhechor, entonces el mal pesaría sobre aquel lugar".
Cuando Clarividencias salía del cementerio, de nuevo los susurros embotaban su cabeza, pero a medida que se alejaba, éstos se iban apagando. Al fin sabía lo que tenía que hacer, al fin sabía cómo meterían los Poderes en los cascabeles. El fantasma de la madre de Asunción se lo había confesado. Ella había hecho llegar la pulsera al Gran Buda Dorado por mediación de Manuela y ella había esperado hasta ese momento para contar toda la verdad.
Aquél era el día en que debería celebrarse la Fiesta de la Hogera. Desde el año de la tormenta, la candela se seguía prendiendo en medio de la plaza, pero la tradición de la música y la danza se había perdido. Pero allí estaba Clarividencias, al otro lado de una ventana desde la que se veía a un anciano encorvado a la luz de unas llamas mortecinas mirando con tristeza lo que parecía la silueta de un viejo tambor.
...CONTINUARÁ...
4 que dejaron huella:
diossssssss el tambolirero un vegestorio??? por qué???? ¡un capítulo entero dedicado a mí! ¡guau! parece que al fin sirvo para algo, aunque eso no me sirve para ligar xDDDDDD Estoy expectante.
pero date prisa, que a charada casi no le queda oxígeno!!!!jajajjajajja, pobre clarividencias, ella que pensaba que el tambolirero era un darek...jajjaja
guauuuuuuuu(no es 1 ladrido, es 1 exclamacion), q xuliiiiii!!!!!!
jijijiji me mola me mola!!!!
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