Dos días estuvo el Coplero dándole vueltas a lo que el viejo le había contado. Así que sólo tenía que confiar. Confiar en que podía hacerlo, en que la vida no era tan mala, en que ese ente mediador y sabio lo ayudaría. Y al fin se convenció. Salió por la puerta dispuesto a lanzarse, a volver a su vida de la frutería y enamorar a la Aurori como sólo un hombre noble y bueno podría hacer. Sin máscaras, sin tapujos, sería él mismo, Coplero en estado puro, más vivo que nunca. Y así lo conseguiría, estaba seguro.
Sin embargo, cual fue su sorpresa al encontrarse sola a la Porrúa sin dar abasto en la frutería, lanzando maldiciones a diestro y siniestro. "¿La Aurori? ¿Que quiereh sabé dónde ehtá la Aurori? ¡Me importa una poca leche donde ehté la miserable! Que me habéih dehao tirá con er negosio to la semana, a mí, que ehtoy que no puedo con lah piennah de loh dolore que tengo, sinvergüenzah, que llevo sinco díah perdiendo dinero por vuehtra puñetera curpa!"
El Coplero no daba crédito... ¿Cómo, cuándo, adónde?, se preguntaba. "Mira desgrasiao, lo único que sé eh que ar día siguiente de tú desaparesé, la mu ehtúpida se fue y que a buhcarte. Me dehó plantá en mitá de la mañana, con to lah cosah por hasé y te juro que no la maté porque no le di con la papa que le tiré a la cabesa, que si le llego a dá se muere der papataso que le endiño. Poh a loh treh díah, osea, ayé, aparese la mu pava hecha una pena y sin econtrarte, claro. Yo, que soy una crihtiana como Dioh manda, la atendí, le di de comé y la dehé lavarse en la pila de lavá la fruta y que vorviera a su trabaho. Güeno, poh a ehto que llega un americano con unah pintah... unah pintah señorito que tenía er americano, que me puso to la frutería oliendo a perfume que eso se entera Franco y no lo permite porque eso tiene que sé pecao, te lo digo yo. Resurta que el americano cuando vio a la Aurori se queó prendaito, vamoh, que casi me llena loh tomateh de baba er mu cochino. Totá, que le dijo aquí delante de to loh que ehtábamo, con un asento máh raro que la má, que si se iba con él a Güachintón o yo qué coño sé, la iba a hasé la muhé máh felí der mundo, que no le iba a fartá de na y que la iba a tratá como a una reina. No veah la que se montó en la frutería, tor mundo aplaudiendo, la gente que iba por la calle se metió a curioseá, me acabaron robando de tó, pero yo quién ha sio, vamoh, que se creen que no lah vi yo llenarse er borso perah a la Juana y la Sole, ratah de arcantarilla... ¿La Aurori? Se fue, poh claro, no se iba a ir, me hubiera ido yo! Llorando se fue, fíhate lo que te digo, llorando de la emosión! Y aquí me dehó otra veh trincá la mu...."
Y mientras, en algún lugar de camino a las Américas, Aurora Martínez lloraba en silencio sabiéndose María de la O. El Coplero, sin embargo, rápido se vio como en su copla favorita, aquella que solía cantar de noche en la Plaza del Museo...